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Todo comenzó en 2011, en la redacción del diario británico 'The Mail on Sunday'. Allí se publicó una fotografía que marcaría el inicio de un escándalo sin precedentes: en la imagen aparecían el entonces príncipe Andrés, Virginia Giuffre y Ghislaine Maxwell, amiga cercana del hijo de la reina Isabel II.
La fotografía, tomada en 2001 en la residencia londinense de Maxwell, mostraba a los tres durante un viaje de Jeffrey Epstein y Giuffre al Reino Unido.
Según el testimonio de Virginia, el príncipe habría abusado sexualmente de ella en tres ocasiones: aquella vez en Londres, otra en la mansión de Epstein en Nueva York y una tercera en su isla privada del Caribe. Desde entonces, la sombra de las acusaciones se posó sobre Andrés de York, afectando de forma irreversible su imagen pública y su posición dentro de la Casa Real.

El caso Epstein siguió su propio curso. Tras dos años de investigaciones, el 30 de junio de 2008 el magnate fue condenado a 18 meses de prisión por prostitución de menores, aunque fue liberado 13 meses después, en julio de 2009.
Una década más tarde, el 6 de julio de 2019, fue nuevamente detenido al aterrizar en su avión privado en Nueva Jersey. Diecisiete días después fue hallado muerto en su celda del Metropolitan Correctional Center, en un aparente suicidio que dejó más preguntas que respuestas.
Muchos pensaron que con su muerte el escándalo se desvanecería. No fue así. Para el duque de York, la historia apenas comenzaba.

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Andrés de Inglaterra: La entrevista que lo condenó
En noviembre de 2019, apenas cuatro meses después del fallecimiento de Epstein, Andrés decidió conceder una entrevista a Emily Maitlis para la BBC con el objetivo de limpiar su imagen. El resultado fue catastrófico. En 58 minutos, el príncipe se mostró evasivo, contradictorio y carente de empatía. Sus respuestas generaron indignación pública y sellaron su caída definitiva.
Durante la pandemia de Covid-19, el caso pareció silenciarse. Sin embargo, el equipo legal de Virginia Giuffre aprovechó ese tiempo para reunir pruebas y, a finales de 2021, presentó una demanda civil en Estados Unidos. El juicio, previsto para 2022 —año del Jubileo de Platino de Isabel II—, amenazaba con empañar las celebraciones del reinado.

En enero de ese año, ambas partes alcanzaron un acuerdo extrajudicial. Andrés habría pagado entre siete y doce millones de libras, cantidad que, según medios ingleses, fue parcialmente cubierta por la reina. Poco después, Buckingham confirmó su retiro definitivo de la vida pública y la pérdida de todos sus patrocinios oficiales.
Aun así, el escándalo nunca desapareció. El nombre del duque de York quedó grabado como sinónimo de descrédito y vergüenza dentro de la monarquía británica.
Los correos que sellaron su destino
El verano de 2025 marcó un nuevo punto de inflexión. Diversos medios británicos publicaron una serie de correos electrónicos entre Andrés y Jeffrey Epstein. Uno de ellos, fechado en 2011, contradecía directamente la versión que el duque ofreció en su entrevista con la BBC. Las filtraciones no sólo revelaron contradicciones, sino que pusieron en duda su credibilidad y añadieron una supuesta conexión con un agente de inteligencia chino, alimentando aún más las sospechas.

El 17 de octubre, el Palacio de Buckingham difundió un comunicado firmado por el propio Andrés, anunciando su decisión de dejar de usar sus títulos y honores reales. No fue una revocación formal: los conservaba, pero permanecían inactivos. Desde entonces, ya no sería tratado como “Su Alteza Real”, aunque seguiría siendo príncipe por derecho de nacimiento.
La medida fue vista como una rendición ante la presión institucional. Fuentes cercanas aseguraron que, días antes del anuncio, el rey Carlos III —desde Escocia— lo instó a actuar con discreción, advirtiéndole que, de no hacerlo, podría solicitar al Parlamento la retirada formal de sus títulos.

Las memorias póstumas de Virginia, que había muerto en abril de este año, ponían más presión al escándalo.
Quince días después, el 30 de octubre de 2025, el propio monarca emitió otro comunicado anunciando su intención de enviar al Parlamento una iniciativa para retirar todos los títulos nobiliarios, militares y reales a su hermano, quien pasaría a ser simplemente Andrés Mountbatten-Windsor.
¿Acaso el rey humilló por partida doble a su hermano? ¿Si pensaba retirar sus títulos de antemano para qué hacerlo renunciar a usarlos días antes? No es un secreto que los dos hermanos siempre han tenido una muy mala relación.

Sin títulos y sin hogar
Durante meses, Andrés se había aferrado con desesperación a su estatus de royal. Su residencia, Royal Lodge, una mansión de treinta habitaciones en el corazón del Gran Parque de Windsor, simbolizaba los privilegios de un miembro de la Casa Real que el rey justamente quería modernizar.
El contrato de arrendamiento, firmado en 2003 por 75 años, establecía que Andrés pagaría un millón de libras por el derecho de uso y 7,5 millones en reformas, eximiéndose del alquiler anual. Carlos III, decidido a reducir gastos y proyectar una monarquía austera, le solicitó hace más de un año que abandonara la propiedad.

Según 'The Telegraph', Andrés sospechaba que el rey planeaba ceder la residencia a la reina Camila en caso de fallecimiento, como ocurrió con la reina madre, que habitó Royal Lodge tras la muerte de su esposo, el rey Jorge VI, y hasta su fallecimiento en 2002. Esta posibilidad, señalan fuentes del entorno, explicaría la urgencia del desalojo y las crecientes especulaciones sobre el estado de salud del monarca. ¿Porqué tanta prisa?
El conflicto se agudizó con los planes de los príncipes de Gales de instalarse en Forest Lodge, a poco más de un kilómetro. “A Catherine le incomoda la idea de vivir tan cerca mientras Andrés continúe allí”, reveló una fuente cercana. Según trascendió, el duque no la trató con respeto al ingresar a la familia real por considerarla de origen plebeyo.

Finalmente, Andrés aceptó trasladarse a una finca cercana a Sandringham House, la residencia de invierno del rey.
Sarah Ferguson y las hijas del escándalo
El príncipe no cayó solo. A su lado, Sarah Ferguson, su exesposa y aún compañera de residencia, enfrentó su propio colapso. Documentos recientes revelaron que la llamada “Duquesa del Exceso” recibió apoyo financiero de Jeffrey Epstein durante más de quince años. En 2011 aceptó un préstamo de 15.000 libras, pero correos posteriores muestran súplicas por montos mayores, de 50.000 a 100.000 dólares.
Durante décadas, Ferguson acumuló deudas astronómicas mientras mantenía un estilo de vida desmedido: cientos de miles de libras en gastos personales, flores, vino y viajes. En varias ocasiones, la reina Isabel II debió intervenir para rescatarla de la bancarrota. Cuando el apoyo de la soberana se agotó, recurrió a préstamos de millonarios y, finalmente, al propio Epstein.

Incluso algunas de sus organizaciones benéficas fueron investigadas por presunto fraude.
La situación alcanzó a sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, que intentaban distanciarse de los negocios turbios de sus padres. Ambas llevaban vidas discretas. Expertos como Ingrid Seward han sugerido que deberían renunciar a sus títulos para reconstruir su imagen lejos del peso del apellido York.
Cuando Andrés anunció su renuncia al uso de sus títulos, las princesas no fueron informadas. Sólo Ferguson lo supo, y —según allegados— sufrió un colapso nervioso al enterarse de que también perdería el título de duquesa de York, que había conservado desde su boda en 1986.

En 2009, Beatriz y Eugenia, entonces de 20 y 19 años, acompañaron a su madre a Estados Unidos para visitar a Epstein tras su liberación. Ese mismo año, Beatriz recibió un collar de 180.000 libras por su cumpleaños 21, regalo del traficante de armas Tarek Kaituni, invitado también a la boda de Eugenia en 2018. O
tro caso involucró al empresario turco Nebahat Isbilen, quien transfirió 750.000 libras como supuesto regalo de bodas para Beatriz, tras recibir favores del príncipe Andrés. Eugenia, por su parte, recibió 25.000 libras para financiar una fiesta sorpresa por el 60º cumpleaños de su madre.
Aunque no existen pruebas de participación directa, el daño a su reputación es innegable. El Palacio evalúa auditar las cuentas de ambas princesas como parte de un control de transparencia.

Los analistas coinciden: renunciar a sus títulos podría limpiar su imagen. Pero, educadas por Andrés de Inglaterra y Sarah Ferguson en la creencia de que los títulos lo eran todo, ambas siguen atrapadas en la idea de que el estatus lo es todo pero el símbolo de un linaje que alguna vez representó privilegio y hoy sólo refleja decadencia.
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