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Me considero una mujer afortunada, tuve la oportunidad de estudiar, elegir una carrera, trabajar en lo que quise, voy y vengo a mi gusto, puedo tener una cuenta bancaria a mi nombre y ejercer mi voto. Me parece tan normal, que a veces se me olvida que hasta hace menos de un siglo las mujeres como género empezamos a tener estos derechos. Mi abuela me dijo una vez: “En mi época, dejabas de depender de tu papá para depender de tu marido”. ¡Qué difícil habrá sido ser eternas adolescentes que requerían de permiso para todo! Y todavía hoy en día, existe mucho camino por recorrer: mujeres con salarios menores a los de los hombres, que son tratadas como objetos sexuales si quieren ascender a un puesto mejor, y esto por mencionar únicamente algunas situaciones que nos son adversas como género y que no me alcanzaría este espacio para abordarlas. Sin duda todo este cambio social ha creado mucha confusión tanto en hombres como en mujeres y creo que esto se debe a que han sido tantos años de sumisión y obediencia y de ser considerado un género inferior, que puedo entender cómo en el momento en que tenemos libertad queremos comernos el pastel completo, tanto que a veces nos atragantamos. Y pienso que este desconcierto se debe a que hemos malentendido como seres humanos la diferencia que hay entre igualdad y equidad. Equidad es que tengamos los mismos derechos y obligaciones, pero ¿igualdad? Claro que no somos iguales. Estoy totalmente de acuerdo con la equidad, respetando las diferencias que hay entre hombres y mujeres. Debido a esto, hoy en día vivimos en un lío: todavía no sabemos bien “qué le toca a quién”. Una amiga una vez comentó: “La liberación femenina fue más bien una liberación masculina”, porque en todos los niveles socioeconómicos siguen existiendo mujeres que además de trabajar, llegan a sus casas a atender a los hijos y al marido. Aunque hay parejas que parece que lo han logrado y tienen distribuidos los roles y las obligaciones. Pero esto es un trabajo no solamente de mujeres, es un trabajo en conjunto que inicia desde la educación de los niños y de las niñas. Durante muchos siglos hemos vivido en la tesis, ahora estamos en la antítesis y confío en que en un futuro no muy lejano lleguemos a la síntesis en la que logremos acomodarnos en una sociedad en la que la equidad de género sea un hecho en todos los sentidos. Y creo que ese día ya no tendríamos que festejar un Día Internacional de la Mujer.